martes, 29 de abril de 2008

Octavio Sequeiros

El 27 de abril murió, en La Plata, nuestro amigo Octavio A. Sequeiros, el querido “Pato” como le dijimos siempre sin acordarnos, casi, de su nombre oficial. Este intelectual, de los más relevantes de nuestra generación, no se afilió nunca al “partido intelectual”. No necesitaba la “pose”. Su sabiduría y su erudición fluían naturalmente, en cualquier lugar y en cualquier momento.

Era por completo desacartonado. Por regla general, andaba vestido por el enemigo (no creo que jamás ocupara su tiempo en fijarse si el saco combinaba con el pantalón). Se lo solía encontrar, sentado entre los últimos, escuchando a un conferenciante la más de las veces menor que él en cuanto a sabiduría y ciencia. Sin conocerlo previamente era difícil adivinar en su pequeña figura al formidable helenista, al latinista eximio, al filósofo eminente, al fiscal corajudo (bien lo saben los de “Quebracho”). Fue un intelectual profunda y apasionadamente católico, sin la menor cara de devoto porque tampoco, al decir Péguy, perteneció al “partido devoto”. Fue también un intelectual comprometido con el acontecer diario de su Patria a la que amó y sirvió sin concesiones. En su memoria vale recordar, aunque muchos lo conozcan, aquello de “Amar la Patria es el amor primero/ y es el postrer amor después de Dios/ y si es crucificado y verdadero/ ya son uno los dos, ya no son dos”.

Chispeante y mordaz, lo mismo hablando que escribiendo, era dueño de un sentido del humor que ayudaba a levantar nuestros ánimos alicaídos por los avatares de la Iglesia y de la Patria. En la generación de nuestros mayores, dentro del nacionalismo católico, no era extraño hallar maestros dotados del sentido del humor. Después de todo, aquella generación estuvo “marcada” por Chesterton. Pero en la nuestra el humor no abunda y el Pato era de los muy pocos capaces de romper la densidad de las tragedias. No las negaba, las mostraba de una manera tan singular que aliviaba el alma.

Fue un verdadero maestro. Hace poco leía una página escrita por uno de los tantos jóvenes formados por él; no resultaba difícil advertir en ella -lejos de cualquier imitación servil- la chispa y la pasión que el maestro supo encender en el alma del discípulo.
Supo, también, elegir mujer capaz de compartir la Fe, el mundo de las ideas y el amor de las cosas esenciales. Supo entregar hijos a la Iglesia.

Lamento que el vivir en ciudades distintas me haya impedido tratarlo con más frecuencia. Pero eso ya no tiene relevancia alguna. Ahora, junto al Padre, en oración chispeante y jocosa, intercede por nosotros.

María Lilia Genta*

(*) P.S. Publicamos esta nota sin el permiso expreso de su autora; y porque presumimos que su bondadoso carácter no nos lo impediría de haberlo sabido, lo hemos tomado como un permiso tácito.

domingo, 20 de abril de 2008

Aviso importante — Imprenta casera

A partir de hoy, ponemos en marcha la página web destinada a contener principalmente archivos de texto imprimibles, y otros más que iremos subiendo a medida que podamos hacerlo y se nos ocurra, como subsidio a nuestros lectores que nos han pedido poder disponer de algunos textos difíciles de hallar.

La novedad estriba en la posibilidad de imprimir cuadernillos encuadernables en forma de libro plegado y formato de hoja A4 apaisada, conteniendo cuatro páginas por cada hoja. Los cuadernillos variarán su extensión —16 ó 32 páginas; es decir 4 ú 8 hojas, respectivamente— según lo creamos más fácil para imprimir y encuadernar. Las hojas, como es natural, deben imprimirse en ambas caras.

Esperamos aquí sus comentarios sobre este nuevo servicio; que como queda dicho, Dios mediante, se irá ampliando con el tiempo.


jueves, 17 de abril de 2008

Buenos Aires en tinieblas

Una persistente y espectral “presencia” se ha instalado en la ya de por sí azotada ciudad capital de la Nación Argentina, castigando sin piedad conjuntivas y gargantas a la par que esperanzas y hasta algunas justas ilusiones, levantando a su insensato y errático paso las más encendidas pasiones y las menos gratas opiniones.

El funambulesco —en el más exacto sentido de la palabra— fenómeno se ha aposentado inclusive de la Plaza Mayor de la ciudad, testigo de las grandes hazañas de la Patria y ha enseñoreado su obscuridad, su dolor y su ominosa, contradictoria y maligna pesadez sobre los sufridos porteños; que ya ni respirar en paz pueden.

El tránsito de vehículos en las rutas rurales ha sido interrumpido por su causa, como una protesta contra la negra y viscosa disipación de su ser opaco y negativo, que impide todo tráfico, especialmente ascendente.

Las causas no son claras: mientras unos sospechosamente eficaces oficiales del gobierno descargan su propia responsabilidad, afirmando no haberlo sido la quema clandestina de residuos tóxicos en los basureros estatales —cuya existencia misma niegan—, el inconfundible tufo sulfuroso que acompaña la invasión parecería desmentir tan desvergonzadas como apresuradas excusas. Se acude, por otra parte, a culpar a los hombres de campo, los que serían responsables de una quema indiscriminada de pastizales para liberar sus tierras de una especial y mortífera cizaña que, con sinigual persistencia, los acosa por estos tiempos. Ninguna de las dos versiones ha encontrado confirmación plena o expresa ni ha sido demostradamente desmentida, lo que ayuda a aumentar las tinieblas y la confusión.

Lo verdadero es que, contra la mayor parte de las obras malignas de los hombres, existen algunos —pocos y tardíos— remedios; pero contra los males de la naturaleza caída, sólo puede acudirse a Dios Nuestro Señor en busca de auxilio y socorro.

Que Él, en su infinita Providencia, se acuerde de esta pobre y maltratada ciudad de Buenos Aires, que en tiempos mejores llevó Su Santo y Trinitario Nombre y el su Bienaventurada Madre, y que, siendo Padre solícito y magnífico que jamás Se dejaría ganar en magnanimidad, envíe los auxilios que tan necesarios son; no los que merecemos, pues nadie tiene mérito alguno delante de Él. Simple y milagrosamente, los que necesitamos.

Y que un fresco ventarrón pampero arroje al mar tan maligna y nociva inmundicia.