jueves, 27 de marzo de 2008

Odium plebis

En un sinigual alarde de torpeza política, la camarada presidente de la Argentina, comandanta Cristina K., rabiosa por el desprecio con que la población la mira y juzga su gobierno (o su desgobierno, para ser precisos), ha declarado que la insurrección piquetera de los productores agropecuarios es mala y golpista (vacuo adjetivo útil para un barrido o un fregado), en tanto que la de los afiliados a los sistemas públicos de haraganería y envilecimiento nacional, serían buenos y deseables. Consecuentemente, ha ordenado sin mucho éxito (¡gracias a Dios!) reprimir por las armas y la violencia a los primeros, mientras los segundos campean a sus anchas por doquier sin molestia alguna, entorpeciendo las labores de los mismos de cuyas faltriqueras se nutren los Planes Trabajar, “Jefes y jefas de hogar” y las demás formas de asistencialismo electorista en uso.

En las últimas horas del día de la Anunciación y al cabo del acto en la ciudad de Buenos Aires en el cual se rezaba el Santo Rosario (con especial y notoria ausencia de su escurridizo arzobispo) por la Vida y la Familia, aunque sin ninguna vinculación entre sí, un inusitado cacerolazo aturdió la casi nunca apacible tarde porteña, en solidaridad con los productores agredidos por la política gubernamental y los demás sectores productivos exaccionados y perseguidos por la partidocracia.

Parapolicial D'Elia festejando pintarrejada
de la Pirámide de Mayo

Al día siguiente del acto oficial del gobierno usurpador cuyo fin era seguir alimentando los odios ancestrales (de hecho, se “festejaban” los ¡32 años! del torpe pronunciamiento militar de 1976), una marea verdaderamente popular impungó con sus ruidosos bochinches una típica política progresista: aborto, impuestos recesivos, odio irracional al tabaco y a las armas (en poder de los civiles indefensos, es claro, no de los delincuentes), acercamiento paulatino pero firme a los drogadictos y a la drogadicción y a todas las formas imaginables e inimaginables de homosexualidad; uncido, todo ello y como se ha dicho, a una persecución fiscal implacable, paralizante, trágica, destructiva y fementidamente redistribucionista, pero que de hecho surte de los recursos indispensables para fomentar la desintegración nacional y abonar puntualmente los caldos gordos inventados por el régimen.

Ante las macaneadoras declaraciones de ser la encarnación de la mitológica (y proteica; sí, proteica) voluntad popular, un gobierno resistido, impopular y claramente contrario al interés común, trata de amañarse para atacar lo que seguramente es, con probabilidad cierta, el último bastión productivo netamente nacional y localista como ha sido siempre la actividad agropecuaria, y que por su propia natura y dinámica no casa bien con ninguna extranjería; y que, inclusive, absorve importante mano de obra propia y de países limítrofes, empobrecidos por sus gobiernos zurdocráticos o liberales. Y que por todas estas causas, concita un odio invencible de las izquierdas. Ya no es posible invocar, tampoco, —las cifras de unidades económicas en produccción, algo más de medio millón de propietarios agricultores, en cuyo contorno vive y se nutre un grupo humano de varios millones de personas, vinculadas directa o indirectamente al campo— el antiguo slogan maniqueo de una lucha contra un hipotéticamente maligno “latifundismo opresor”, pues los únicos latifundios substentes en la Argentina al día de hoy, están casi todos en manos de empresas o personalidades extranjeras, íntimamente vinculadas al régimen o al partido gobernante, o directamente son propiedad de sindicalistas, ministros y ex ministros y demás gentuza del régimen. No queda, pues, otro remedio que echar mano de la más pueril difamación, o seguir apoyándose en el ya totalmente debilitado argumento de una dudosa defensa de la voluntad popular; pues es claro que los intereses populares, según es de toda evidencia, ya no militan en la facción oficial. Sendos recursos han sido puestos en la liza sin ningún éxito.

En términos vulgares: se ha intentado dividir la población para seguir reinando, pretendiendo forjarse un artificial antagonismo social y político que, en la puridad de los hechos, tiene por únicos protagonistas reales al grupúsculo gobernante, por una parte, y a todo el pueblo por la otra. Pero es necesario hacer una aclaración distintiva: En la Agentina hay 40.000.000 de habitantes; unos 15.000.000 viven de su trabajo o de sus recursos propios —incluyendo menores, discapacitados y jubilados— y el resto, o está desocupado o bien, vive a costillas de los demás y depende de las graciosas inyecciones monetarias estatales, enderezadas exclusivamente a obtener réditos electorales. Los empleados públicos, por su lado, conforman una masa políticamente voluble y escasamente influyente y poco o nada productiva en su gran mayoría.

El caso es que un pueblo altamente individualista no era el mejor medio para una protesta exitosa; pero por dos veces en 7 años, los argentinos han sentido unánimente la vibración de un pasado heroico que los arroja a la necesidad de repulsar a voz en cuello, los gobiernos impuestos desde la facticidad de dos derrotas militares graves —que no por poco o nada estudiadas han dejado de ser determinantes en la vitalidad política de este país— como fueron la guerra contra la subversión marxista y la Guerra de Malvinas. No es del caso estudiar aquí cómo ha sido que estos hechos han tenido lugar o gravitado negativamente en la política argentina, pero sí hace a la cuestión mencionarlo, pues es una de las causas motivas del odio general contra los gobiernos de partido y, acaso, la más profundamente arraigada en el inconsciente nacional y en la emotividad popular.

Para denigrar al presente como el anterior pronunciamientos populares, se acude con asombrosa simplicidad a una dialéctica poco elegante y muy comprometedora: Las tesis oficialista es que los protestantes estarían defendiendo intereses sectoriales, otra palabreja que se las trae y, se piensa, conllevaría la pena de la infamia por contradistinción con el supuesto bien común que ellos gestionarían; al menos, es así en la mollera de quienes esto profieren sin demasiado apego a la realidad y que, piensan, desnudaría esa condición de partes meramente interesadas de los protestones y siempre, pero siempre, hincados por motivos económicos. En realidad, no es así y el gobierno protomarxista lo sabe demasiado bien, por que los intereses que a ellos les guían sí que son inconfesables y, a cada discurso, a cada respuesta, se cae la careta pseudo democrática y se asoma la fea garra del resentimiento y la venganza ideológica. El ataque se dirige no ya ni exclusivamente contra el campo, grupo humano que sostiene hace años la descarriada economía nacional, sino contra todo aquel que obtenga alguna renta de sus legítimos quehaceres. Como se sabe, el ladrón a todos cree de su condición.

Algunos obispos, también progresistas, queriendo arrogarse la representación de la iglesia autocéfala argentina que tanto quisieran integrar, llaman a las partes a un hipotéticamente fecundo diálogo; mas no para encauzar la virtud de la Justicia u obtenerse por ese medio la necesaria concordia nacional, no. Simplemente, ¡para afianzar la democracia! Estos paganos profetas de un régimen partidocrático ni siquiera tienen la precaución de invocar la autoridad de Dios, que alcanzará de seguro a tirios y troyanos, pero no hesitan en zambullirse de lleno en la defensa de un régimen oprobioso y adversario a Cristo, que se pavonea de haber expulsado a un obispo por su defensa de la vida humana —único eclesiástico de cierta jerarquía que concurrió al Rosario por la Vida del martes pasado—, fomenta abiertamente el aborto, los vicios homosexuales, la pederastia y el consumo orgiástico de drogas; es decir, todas las depravaciones morales conocidas en este asqueroso mundo moderno y cuya práctica lleva de cabeza al infierno, como recuerda San Pablo (I Cor, 9,10).

La Gendarmería Nacional con armas de fuego, cascos y escudos
contra tractores y camionetas

Desde luego, el gobiernillo resentido y cacareador, nunca ha mencionado de qué medidas se servirá para procurar esa más amplia base de redistribución de la riqueza que tanta preocupación dice procurarle, ni qué actitudes habría de tomar contra los verdaderos predadores de la otrora abundante riqueza nacional y cuyos réditos, a diferencia de los del campo que se generan, se mantienen y se consumen en el país, no solamente son parasitarios desde su causa misma, sino que migran rápidamente hacia las ávidas manos de sus propietarios que no viven en la Argentina: la banca, los prestadores de servicios multinacionales, la prensa multinacional, la industria automotriz, la minería, la metalurgia pesada ... ¡los frigoríficos ...!; en fin, todos aquellos aliados estipendiarios del gobierno progre.

Pero la realidad es otra, y queda al descubierto que la finalidad de tanta soberbia y de tanta medida desastrosa es otra muy distinta a cualquier tipo de redistribución de la riqueza que, desde luego, no es competencia de ningún gobierno forzarla ni realizarla, sino tan solo encaminarla —como enseñan León XIII y Pío XI en sus encíclicas sobre las cosas nuevas del último siglo y medio—, sino la liquidación de las aún sólidas clases sociales mayoritarias, que son la media y la media alta.

Nos expugnan la memoria las palabras proféticas de José Antonio:

“El comunismo es una substancia inasimilable (para Occidente...) El burgués no es un cobarde, y a la fecha está más dispuesto a la violencia que los obreros (...) Si el bolchevismo triunfó en Rusia fue porque no había burgueses”

El régimen protomarxista, legítimo heredero del antiguo sistema “falaz y descreído”, ha dado sus últimos gritos de protesta antes de ceder a un diálogo al que se había cerrado con tenacidad de ganador, y del cual, de todos modos, poco o nada debería esperarse, por que la lista de lo que está en juego no son cosas conversables entre adversarios, y por que son muchísimas más que la mera discrepancia tributaria, estadio final y nunca inicial de toda insatisfacción política, como lo prueba la historia occidental. Lo cierto es que ha quedado demostrado que las notables jornadas de diciembre de 2001 quedaron inconclusas y, ellas sí, totalmente insatisfechas, y que los partidos políticos no supieron, no quisieron o no advirtieron que su tiempo había perimido y que aquello que todavía les sostenía no era su propia caduca legitimidad, sino la inercia propia de una nación sin estructuras sociales vivas o fuertes ni una aristocracia tradicional que tirase para adelante por sí misma.

Por todo lo cual, y pase lo que pasare, queda ahora abierto un interrogante que solamente el tiempo y la intervención de la Divina Providencia podrá despejar y que es éste: ¿A dónde iremos? No se desplaza, reza el dicho, lo que no se reemplaza; y en la Argentina presente no hay, por lo menos a la vista, reemplazo alguno para estos buitres, carroñeros de la política, que son los partidos políticos, los “movimientos” propartidarios y todas las restantes y deleznables excrecencias de un régimen que, incluso muerto como está hace tiempo, atufa como el peor y vive del mal olor. Aunque tal vez, sólo tal vez, esta aparente falta de una jefatura nacional natural y que se deja sentir tambien en el orden religioso, pueda ser interpretada como una especial protección que la Providencia brinda a aquellos cuya exaltación nos será deparada en un futuro que deseamos próximo, como un gran bien.


miércoles, 26 de marzo de 2008

Malcontent

a tentación era demasiado fuerte y nuestra lucha, demasiado breve. Admirados y satisfechos con nuestra claudicación (¡es lo peor de estas tentaciones!) allí va, para hacer cómplices a nuestros lectores.

No sin antes referir y recomendar esta creación paralela del gran Cruz y Fierro denominada Máximas, sentencias y exabruptos de un malcontent. Que los desintoxicantes en grajeas son caros y, generalmente, hacen daño a la salú del cuerpo y del alma. Y este es gratis; o sea, grato.