viernes, 7 de septiembre de 2007

Cien años de modernismo

Un día de septiembre como hoy, pero hace 100 años, Su Santidad el Papa Pío X, el santo, libró a la Iglesia y al mundo su Encíclica Pascendi, por medio de la cual intentó conjurar uno de los peligros doctrinales más mortíferos de todos los tiempos: la herejía modernista. La cual, arrancando a partir del principio filosófico kantiano del agnosticismo, construía una nueva, distinta y venenosa interpetación del depósito de la Fe católica, de la Iglesia, del Dogma y el Culto.

Tesis principales

El terreno lo ve el Papa dificultoso, resbaladizo y, sobre todo, rodeado de ocultamiento y malicia, como volverá a sucederle 3 años más tarde con el problema de los democratistas franceses. Pues el caso es que

... como una táctica de los modernistas (así se les llama vulgarmente, y con mucha razón), táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidas acá y allá, lo cual contribuye a que se les juzgue fluctuantes e indecisos en sus ideas, cuando en realidad éstas son perfectamente fijas y consistentes; ante todo, importa presentar en este lugar esas mismas doctrinas en un conjunto, y hacer ver el enlace lógico que las une entre sí, reservándonos indicar después las causas de los errores y prescribir los remedios más adecuados para cortar el mal

La filosofía que sostiene, o coadyuva en esta herejía, se nutre en realidad de lo que el Papa llama el “inmanentismo vital”, que funge como contrapartida a la negacionista postura inicial agnóstica. De hecho, la consecuencia viene a convertir la Religión en un sentimentalismo religioso que brota exclusivamente del interior humano y a que a éstos límites se reduce

... el sentimiento religioso, que brota por vital inmanencia de los senos de la subconsciencia, es el germen de toda religión y la razón asimismo de todo cuanto en cada una haya habido o habrá...

lo cual hace lamentar al santo Pontífice el destino futuro de estos hombres, arrancados de forma tan insensata de los caminos de la razón natural y las verdades de la fe reveladas por Dios. Por eso, se obliga a reiterar una condena pronunciada por el Concilio Vaticano I:

No se trata ya del antiguo error que ponía en la naturaleza humana cierto derecho al orden sobrenatural. Se ha ido mucho más adelante, a saber: hasta afirmar que nuestra santísima religión, lo mismo en Cristo que en nosotros, es un fruto propio y espontáneo de la naturaleza. Nada, en verdad, más propio para destruir todo el orden sobrenatural.... «Si alguno dijere que el hombre no puede ser elevado por Dios a un conocimiento y perfección que supere a la naturaleza, sino que puede y debe finalmente llegar por sí mismo, mediante un continuo progreso, a la posesión de toda verdad y de todo bien, sea excomulgado»


El santo Papa repasa luego todos los renglones de la Religión que han sido afectados por este virus maligno: la Fe y las verdades reveladas, que ya no se tratan como un don externo al hombre concedido por Dios, sino un borbotón interior del cual arranca para trasnformarse en conciencia colectiva; el Dogma, queda definitivamente arrinconado y puesto en el banquillo de los acusados por la mal llamada “ciencia”, o filosofía y que, como consecuencia de aquella herética “conciencia común” de la humanidad religada (a sí misma), es objeto de innúmeras revisiones, cuestionamientos, olvidos ...

En este ámbito de descuartizamiento de la fe, las Sagradas Escrituras merecen de los modernistas un tratamiento de singular encono, como es previsible:

Conforme al pensar de los modernistas, podría no definirlos rectamente como una colección de experiencias, no de las que estén al alcance de cualquiera, sino de las extraordinarias e insignes, que suceden en toda religión.... si juzgamos la Biblia según el agnosticismo, a saber: como una obra humana compuesta por los hombres para los hombres, aunque se dé al teólogo el derecho de llamarla divina por inmanencia, ¿cómo, en fin, podrá restringirse la inspiración? Aseguran, sí, los modernistas la inspiración universal de los libros sagrados, pero en el sentido católico no admiten ninguna.

La Iglesia, el Cuerpo Místico, también es, ¡cómo no serlo! objeto de las críticas de los modernistas: si la Iglesia es un subproducto de los dictados de la conciencia inmanente ¿qué no podrá afirmarse a partir de allí...? La síntesis del error expuesta por San Pío X es ésta:

En las pasadas edades fue un error común pensar que la autoridad venía de fuera a la Iglesia, esto es, inmediatamente de Dios; y por eso, con razón, se la consideraba como autocrática. Pero tal creencia ahora ya está envejecida. Y así como se dice que la Iglesia nace de la colectividad de las conciencias, por igual manera la autoridad procede vitalmente de la misma Iglesia. La autoridad, pues, lo mismo que la Iglesia, brota de la conciencia religiosa, a la que, por lo tanto, está sujeta: y, si desprecia esa sujeción, obra tiránicamente. Vivimos ahora en una época en que el sentimiento de la libertad ha alcarzado su mayor altura. En el orden civil, la conciencia pública introdujo el régimen popular. Pero la conciencia del hombre es una sola, como la vida. Luego si no se quiere excitar y fomentar la guerra intestina en las conciencias humanas, tiene la autoridad eclesiástica el deber de usar las formas democráticas, tanto más cuanto que, si no las usa, le amenaza la destrucción.

Si la Iglesia puede separarse de Dios, como la Verdad Revelada puede separarse de la realidad y subordinarse a la filosofía, lógicamente la Patria, el orden temporal, podrá separarse de Dios y de su Iglesia, pues si una y otra brotan como espontáneos fenónemos de la conciencia del hombre, no se vé por qué han de estar ligados entre sí, por fuera del hombre concreto que es su causa generadora y su propio fin.

Por lo cual, todo católico, al ser también ciudadano, tiene el derecho y la obligación, sin cuidarse de la autoridad de la Iglesia, pospuestos los deseos, consejos y preceptos de ésta, y aun despreciadas sus reprensiones, de hacer lo que juzgue más conveniente para utilidad de la patria. Señalar bajo cualquier pretexto al ciudadano el modo de obrar es un abuso del poder eclesiástico que con todo esfuerzo debe rechazarse. Las teorías de donde estos errores manan, venerables hermanos, son ciertamente las que solemnemente condenó nuestro predecesor Pío VI en su constitución apostólica Auctorem fidei

De estos barros, surge el camino necesario: La evolución del todo, de la Iglesia, el Dogma, el Culto, las formas, la constitución jerárquica, la FE..., a fin de adaptárseles a las circunstancias históricas, es decir, a la conciencia común de la humanidad. Póngase la palabra “cambio” en lugar de “evolución”, y compárese con la actual periferia doctrinal de la Iglesia.

Esta evolución, recuerda el Santo Padre, es una exigencia natural del estado de indigencia (“teoría de las indigencias”, la llama el Papa Sarto) en que concíbese al hombre; sin embargo, la tensión evolutiva hacia adelante, es interrumpida o interceptada por la tensión conservadora, que responde al instinto animal del mismo nombre. La pugna entrambas se resuelve en un acuerdo o en un cambio violento, y a ese proceso llámase propiamente evolución. De modo que el progreso es, esencialmente, o violento o transaccional o pactista, si se prefiere este término.

En este esquema hegeliano nada es estable, todo muda y cambia, inclusive la comprensión de la Palabra de Dios; que ya se vió qué puede significar para el progresista. Por eso, el método condigno a estas doctrinas es una inacabable dialéctica histórica, el estudio crítico de fenómenos sucesivos; y de ninguna forma podrá ser un camino de la Humanidad hacia Dios, a través de Cristo, la Segunda Persona de la Trinidad Tres veces Santa. Llamarlo “naturalismo”, es a la vez insuficiente y falso, pues el modernismo aborrece la realidad de la naturaleza; el Papa sugiere que todo esto es una suerte de “destructivismo” de la Religión y de la Salvación, previo paso del huracán por la razón natural.

Causas y remedios

La soberbia de la Inteligencia es la causa motiva remota, y las próximas: el inquieto espíritu de novedad y la imaginación desbocada, tanto como el soberbio desprecio por la Iglesia católica y las verdades que, fundada en la Revelación, enseña como libres de toda contaminación del error. Por eso, indica el santo Papa, los modernistas detestan con predilección tres cosas:

Tres son principalmente las cosas que tienen por contrarias a sus conatos: el método escolástico de filosofar, la autoridad de los Padres y la tradición, y el magisterio eclesiástico. Contra ellas dirigen sus más violentos ataques.

y es así que, por ignorancia o miedo, atacan sin cesar a la teología clásica y la filosofía escolástica. Y no lo hacen, verdaderamente, sin la malicia propia de quien se sabe a sí mismo culpablemente instalado en el error:

Cuando temen la erudición y fuerza de sus adversarios, procuran quitarles la eficacia oponiéndoles la conjuración del silencio. Manera de proceder contra los católicos tanto más odiosa cuanto que, al propio tiempo, levantan sin ninguna moderación, con perpetuas alabanzas, a todos cuantos con ellos consienten; los libros de éstos, llenos por todas partes de novedades, recíbenlos con gran admiración y aplauso; cuanto con mayor audacia destruye uno lo antiguo, rehúsa la tradición y el magisterio eclesiástíco, tanto más sabio lo van pregonando. Finalmente, ¡cosa que pone horror a todos los buenos!, si la Iglesia condena a alguno de ellos, no sólo se aúnan para alabarle en público y por todos medios, sino que llegan a tributarle casi la veneración de mártir de la verdad.
...En los seminarios y universídades andan a la caza de las cátedras, que convierten poco a poco en cátedras de pestilencia. Aunque sea veladamente, inculcan sus doctrinas predicándolas en los púlpitos de las iglesias; con mayor claridad las publican en sus reuniones y las introducen y realzan en las instituciones sociales. Con su nombre o seudónimos publican libros, periódicos, revistas. Un mismo escritor usa varios nombres para así engañar a los incautos con la fingida muchedumbre de autores. En una palabra: en la acción, en las palabras, en la imprenta, no dejan nada por intentar, de suerte que parecen poseídos de frenesí.

Remedios eficaces

El Papa Santo propone alguos remedios sencillos y eficaces contra el modernismo, como por ejemplo, el estudio obligatorio de la Filosofía Escolástica, sus doctrinas y métodos; el estudio serio (no ideologizado) de las ciencias profanas, la edificación teológica tradicional y el respeto sacrosanto a la Sagrada Escritura como la obra que ella es: «inspiración del Espíritu Santo que tiene a Dios por autor».

Los tiempos presentes

Los días que corren no nos ofrecen un panorama substancialmente más alentador que el que vió San Pío X en los días de su vida terrenal; al contrario, ha sido necesario al Magisterio pontificio reiterar las condenas contenidas en esta Encíclica —mas ahora con referencia a ciertos aspectos particulares de la herejía modernista— por que, en 40 años de victoriosa marcha, despedazaban la Iglesia; la tarea de advertencia fue ejemplarmente llevada adelante por Pío XII en dos Encíclicas formidables, Humani Generis y Divino Afflante Spiritu. Ya casi en nuestros días, el Concilio Vaticano II supuso, sin mengua del posible valor de sus textos concretos, la oportunidad histórica inmejorable para asaltar exitosamente lo que restaba del derruído edificio eclesiástico —como institución y como Cuerpo Místico— por medio del empleo de una hermenéutica de la ruptura, merced a la cual pudiera llegarse a desafiar los términos precisos, cortantes y claros antimodernistas de los dos Papas Píos con la introducción de textos equívocos o traducciones tramposas o simplemente fraudulentas; sucesos anticipados ya por Pío X en su inmortal encíclica. El reciente caso del subsistit in, referido al Cuerpo Místico o Iglesia de la Promesa, y la Iglesia Católica, mil veces aclarado por no haber existido el atrevimiento de suprimir un texto equívoco e innecesario, por repetido, ha dado lugar a que deba entenderse la sentencia de una manera casi contraria a su expresión literal; y no es más que un botón de muestra. Correspondería recordar que la fórmula dogmática correcta, la de Pío XII en Humani Generis, 21, sostiene que «el Cuerpo místico de Cristo y la Iglesia católica romana son una sola y misma cosa» (il Corpo mistico di Cristo e la Chiesa cattolica romana sono una sola identica cosa), y que nunca requririó ninguna otra explicación adicional.

El clandestino trabajo de la herejía modernista sigue su curso, capturándose (como anticipa Pío X) las cátedras de los Seminarios y las Facultades eclesiásticas o profanas, conspirando contra la Verdad silenciándola o ignorándose a sus cultores o, sencillamente, aplaudiendo en forma desmedida e histérica a cualquier revoltoso, contestatario o hereje condenado.

Así estamos hoy, como ayer; a la espera de la ayuda de Dios, que sostenga otra vez la Barca de Pedro.



1 comentario:

Jorge E. Acuña dijo...

Agradezco su valioso post por que estoy informándome sobre el alcance del modernismo en la Iglesia Católica