jueves, 12 de julio de 2007

Beato Ceferino Namuncurá

LA CONGREGACIÓN PARA LA CAUSA DE LOS SANTOS, ha anunciado que Su Santidad, Benedicto XVI, ha firmado el correspondiente decreto por medio del cual queda confirmada la cualidad requerida por la Iglesia para la declaración de beatitud del santito de las Tolderías, Ceferino Namuncurá.

El joven candidato, muerto en Roma el 11 de mayo de 1905 mientras intentaba prepararse para ser sacerdote salesiano, pues quería misionar entre sus hermanos de sangre, había nacido en Chimpay, en una toldería de indios “pampas” —una generalización que evoca la unión de tribus de ranqueles y pampas provocada por su abuelo Calfucurá— asentada sobre el gran codo del Río Negro, unos 18 años antes —se acepta como fecha probable de su natalicio el día 26 de agosto de 1886— hijo del cacique—coronel Manuel Namuncurá y de una cautiva chilena, de nombre Rosario Burgos. Namuncurá padre era hijo, a su vez, del fiero cacique Calfucurá, un verdadero azote de las Pampas.

El coronel Manuel Namuncurá y
su hijo Ceferino

Pero la obra civilizadora de los argentinos, en especial del Ejército y de la Iglesia, unidos de una forma que jamás debió abandonarse, llevó a las tolderías la civilización, la fe y ¡cómo no! la posibilidad de la santidad.

El cacique quiere lo mejor para su hijo y lo envía a Buenos Aires, a unos talleres de la Armada, para que aprenda un oficio, bajo la protección paternal del general Luis María Campos. Pero Ceferino no desea la vida militar ni ese oficio que su padre le depara: él quiere ser sacerdote, aunque todavía no conoce bien ni la lengua castellana, ni el latín. Su padre, entonces, le encomienda el chico a Luis Sáenz Peña, presidente de la Nación, quien lo coloca a estudiar, como interno, en el Colegio que los salesianos han abierto hace poco en el barrio de Almagro. Sus amigos y compañeros —el futuro Carlos Gardel es uno de ellos— lo recuerdan alegre, animoso y decidido a obtener su propósito. De los pocos que vivirá, son éstos sus años más fecundos y alegres, aunque la tuberculosis, el mal de su raza, haya clavado ya sus garras mortíferas en los frágiles pulmones del aprendiz.

La ideología, la estudipez, la mentira interesada o un plebeyo interés mortecino, han intentado desdibujar la ruda vida de la indiada en los tiempos en que llegó hasta la toldería el clarín de Occidente, pretendiendo convertirla en una especie de edén pagano. El indio pampa o ranquel, especialmente el de aquellas tribus que, como las del abuelo de Ceferino, dedicábanse a traficar hacia Chile lo robado en la Argentina, o vivían muchísimos años, como don Manuel, el padre de nuestro biografiado, a quien se suponía más que centenario (aunque la partida correspondiente acuse ¡97 años!) a la fecha de su muerte sobrevenida tres años depués de la de su hijo Ceferino, o perecían en la flor de la juventud, por causa de algún entrevero fiero con otra tribu o con el ejército, en Chile o la Argentina, o por que eran víctimas de alguna enfermedad fatal, como la viruela o la tuberculosis. La vida tribal era simplemente brutal, más animal que humana y los críticos que, hoy, desde la cómoda placidez de una regalona vida cristiana, blanca, huinca, pretenden mitificar la horrenda toldería como un dechado de virtudes paradisíacas liquidadas por el invasor llegado de un Occidente católico —del cual reniegan sin reconocer que de él viven, y que gracias a él pueden levantar su queja—, simplemente escupen al cielo. ¿Volverían a su vida “silvestre” y, desde ese testimonio, proclamar su fe? No lo han hecho, ciertamente.

Lo cierto es que las pestes, la constante guerra interna, la ausencia de todo sentido de pertenencia a una raza o a un pueblo, o del respeto a la propiedad tal como la conocemos los romanos de hoy, así como el escaso valor que, en su paganismo, asignaban a la vida propia o ajena, o a los vínculos familiares, hicieron de estas pobres criaturas víctimas propicias de Satán. Por lo cual, ni los “fusiles de repetición” (arma aún no inventada durante las primeras campañas al Desierto) ni los cañones “krupps” (los primeros de los cualles llegarían al país en tiempos en que Ceferino estuadiaba felizmente instalado en Buenos Aires) serían, como preferiría macanear la zurda, los que vencieron a esta indómita raza, sino su propia vida salvaje y su natural debilidad.

Se cuenta que no gustaban de vacunarse contra la viruela, enfermedad devastadora para su raza, por lo cual Juan Manuel de Rosas, en alguna de sus excursiones por la Pampa hacia los años ‘30 del siglo XIX, hubo de hacerse aplicar la vacuna antivariólica en solemne acto público, presenciado por más de 200 caciques y capitanejos entre los cuales, probablemente estaría el padre de Ceferino, para desafiar a su hombría y doblegar el temor a lo desconocido de estos hijos de la estepa americana.

Don Manuel, el padre de Ceferino, le entregó su hijo a los misioneros salesianos para su educación con entusiasmo tal, que hasta aceptó de estos sacerdotes un fortísimo consejo que, ni hoy, pensamos que lo darían con la misma valentía y confianza en la Providencia Divina: Le pidieron al cacique que se casara y el cacique aceptó, tomando por esposa, ante Dios, allá por el año 1900, a una de sus concubinas más jóvenes y contando él, por entonces, unos 90 años de edad.

Esta ambientación es preciso hacerla, por que la santidad no floreció en cualquier parte civilizada, o en alguna aldehuela española, italiana o francesa irrigada por casi dos mil años de catolicismo que, sino práctico, ofrecía al menos menos una cultura católica, sino en la Pampa brutal, uno de los últimos reductos de la barbarie más acabada que el hombre pudo conocer directamente en el mundo moderno. Aceptar que los aduares eran paraísos destruídos por el huinca, no solamente es una falsedad: es rebajar el inmenso mérito de Ceferino y mojar la pólvora que hacía verdaderamente explosivo el celo misionero de aquellos padrecitos únicos, maravillosos, que envió Dios a la Patagonia.

Ceferino niño aún
con monseñor Cagliero

El hijito de la cautiva chilena Rosario Burgos y del autócrata pampeano, parte para Roma a principios del siglo nuevo ¡qué ilusión! Pero el viaje no es lo más extraordinario que le sucede y tiene una finalidad principalmente terapéutica, pues ha sido llevado para intentar una cura desesperada a la tisis casi terminal que aqueja al pupilo: Un día, su protector y guía, monseñor Cagliero, que lo quiere hacer estudiar el Seminario, lo presenta a San Pío X, uno de los Papas —y de los hombres— más extraordinarios que han existido. El encuentro entre los dos príncipes ha de haber emocionado profundamente a ambos: al hijo del señor de las Pampas y al Vicario de Cristo. Y a los presentes, a no dudar; a tal punto, que es ocasión aprovechada por los más dispares testigos para llenar páginas emocionantes de discutible gusto literario. Pero ambos estarán pensando, seguramente, en su ya próximo encuentro en el Cielo, ajenos al suceso mundanal que ofrece la circunstancia.

Y pocas semanas después, sobreviene la muerte. Y la Gloria del niño pampa.

La vida de Ceferino ha demostrado que la conversión y la santidad son posibles en cualquier situación, no obstante las máximas diversidades culturales concebibles y hasta las adversidades morales más intransigentes, pero a condición de mediar —eso sí— un apostolado eficiente, verdadero y corajudo y sin vueltas ni piruetas psicologistas ni subjetivistas. Heroico, digamos, al estilo incomparable de Don Bosco. Por que aunque la civilización grecorromana haya sido —y siga siendo— la materia apta de mayor excelencia que el critianismo haya podido encontrar en su camino, por Divina disposición, para su máxima fertilidad, el Evangelio y la Salvación son de hecho para todo el mundo, aunque no todo el mundo la aproveche o la acepte.

Esto es, pues, y si se quiere entender bien, la mayor prueba de ecumenismo católico que hemos encontrado en los últimos tiempos. ¡Bendito sea Dios, que lo hizo en estas tierras!



1 comentario:

Anónimo dijo...

EL CAPITÁN DON RUFINO SOLANO
EL DIPLOMÁTICO DE LAS PAMPAS

El Capitán Don Rufino Solano actuó en la llamada “Frontera del desierto” entre los años 1855 y 1880, donde desarrolló un papel incomparable dentro de nuestra historia argentina. Durante su labor, conoció y trató personalmente con las más altas autoridades del Gobierno Nacional, tales como Justo José de Urquiza, Domingo F. Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Bartolomé Mitre, Marcos Paz, Adolfo Alsina, Martín de Gainza y, al final de su carrera, el mismísimo Julio A. Roca. En el ámbito militar actuó y combatió bajo las órdenes del Coronel Álvaro Barros, Coronel Francisco de Elías, General Ignacio Rivas, Coronel Benito Machado, entre otros. En el terreno eclesiástico, fue además el eslabón militar con el Arzobispado de Buenos Aires, en la figura de su Arzobispo Monseñor León Federico Aneiros, denominado “El Padre de los indios”. Esta última tarea lo llevó a actuar de manera estrecha con el Padre Jorge María Salvaire, mentor y fundador de la Gran Basílica de Nuestra Señora del Luján.


El Capitán Solano junto al Cacique Namuncurá y tres Capitanejos

Este militar, con verdadero arte y aplomo, también se vinculaba y relacionaba con todos los Caciques, Caciquejos y Capitanejos de las pampas, adentrándose hasta sus propias tolderías para contactarlos. Mediante estas acciones, logró liberar cientos de personas, entre cautivas, niños, canje de prisioneros, etc. De igual manera, por medio de sus oficiosas gestiones, recuperaron la libertad camaradas e incluso funcionarios, como es el caso de Don Exequiel Martínez, Juez de Paz de Tapalqué; en una época donde arreciaban los terribles malones tanto a los poblados, como en la zona rural.

Asimismo, como inmediata consecuencia de su valiosísima tarea mediadora y pacificadora, logró evitar incontables enfrentamientos y contener ataques a las poblaciones. Actividad que fue expresa y directamente encomendada por las más altas autoridades nacionales. Es por ello, que prestigiosos y académicos historiadores, concluyen sin vacilar que “durante casi veinte años el Capitán Solano logró mantener la paz en sus confines (sic)” R. Entraigas, Op. Citada. Galardonan su legajo militar dos glosas manuscritas por el Coronel Álvaro Barros, fundador de Olavarría y primer gobernador de la Patagonia, donde lo colma de merecidos elogios.



Ignacio Rivas Adolfo Alsina Álvaro Barros

Por este don que poseía, el Ministro de Guerra Adolfo Alsina, ante una gran multitud reunida en el Azul en el mes de diciembre del año 1875, le manifestó: “Capitán Rufino Solano, usted en su oficio es tan útil al país como el mejor guerrero”. Es que, mediante tratados de paz, logró evitar inminentes ataques en la frontera del desierto, extensa región de nuestro país donde existía mucha debilidad y que quedó muy desprotegida durante la guerra con Paraguay.

Si bien era poseedor de una gran valentía, lo que más identificaba a este muy particular militar era su técnica y poder de persuasión, no solo porque dominaba el idioma araucano a la perfección, sino porque además sabía como plantarse y dirigirse ante los bravos y recelosos caciques, demostrando además lealtad, sinceridad y honestidad en su trato; esta innata virtud le permitió gozar del máximo prestigio y confianza de ambos bandos.

Mediante su atinado manejo de las situaciones críticas, logró evitar mayores derramamientos de sangre y por este aspecto, con toda justicia, se lo conoció como “El diplomático de las pampas”. Su actividad se vio interrumpida cuando el General Julio A. Roca decidiera llevar a cabo la “conquista del Desierto”, en 1880, contienda en que la que Rufino Solano no participó. Pero actuó valientemente como soldado cuando debió defender a los suyos, como veremos más adelante.

En cumplimiento de su tarea, se lo vio acompañando a cuanta delegación de indígenas se acercó a Buenos Aires a parlamentar con las autoridades nacionales, sean estas políticas, militares o eclesiásticas. Cuando venía con estas embajadas, se alojaba en el Hotel Hispano Argentino o cualquier otro de Buenos Aires, en muchas ocasiones en los Cuarteles del Retiro, desde donde iba con ellos a las distintas entrevistas y audiencias, finalizadas las mismas, los acompañaba de regreso, cabalgando junto a ellos, rumbo a la frontera.



En la fotografía se lo puede ver junto a varios Caciques, enviados de Calfucurá, esperando una entrevista con el General Justo J. de Urquiza.

El diplomático de las pampas

Durante sus servicios, efectuó travesías de miles de kilómetros a caballo, siempre acompañado por un puñado de soldados e incluso en riesgosas ocasiones se aventuraba en soledad; solía pasar varias jornadas en las tolderías, donde era admitido y aceptado merced al enorme respeto y consideración que se le tenía, cada acercamiento le permitió retirarse llevándose cautivas y prisioneros de los indios.

Este “hombre de dos mundos” sabía hablar el idioma de los indígenas y sus distintos dialectos a la perfección, especialmente el araucano, la lengua de Calfucurá, Namuncurá, Pinsén, etc., manejando los términos adecuados para manifestarse ante estos líderes. También poseía esta valiosa habilidad para tratar con sus mandos, en su propio idioma castellano, tanto militares como del Gobierno Nacional, a fin de arribar a acuerdos ecuánimes y que finalmente se cumplieran. Esta honestidad en su comportamiento, le permitía al Capitán Solano ser siempre bien recibido en las tolderías para lograr salvar nuevas vidas.

En cierta ocasión, durante sus patrullas por la frontera, sorpresivamente se encontraron rodeados por una gran cantidad de indios, Solano iba con un reducido número de hombres. Sus soldados, armas en mano, se prepararon para una rápida retirada a campo abierto, pero el Capitán les ordenó que se quedaran quietos, comprendió que actuando de esta manera lo único que iban a conseguir sería que los “chucearan” por la espalda. En vista de ello, les pidió que esperaran, que iría a parlamentar para tratar de salvar sus vidas, y de inmediato se dirigió decidido y solo hacia un individuo que, por su postura y aspecto, parecía era el líder de la indiada. Tras este parlamento, donde solo Díos sabe lo que le dijo, como resultado del mismo todos se adentraron hasta la toldería y al cabo de unos días regresaron sanos y salvos, incluso con un grupo de cautivas y prisioneros, siendo escoltados por los propios indios hasta las cercanías del fuerte. Este hecho y muchos episodios más, se encuentran plasmados en valiosos manuscritos de la época, obrantes en el Archivo Histórico del Ejército Argentino, como claro testimonio del prestigio que gozaba el ilustre azuleño.

Durante su larga vida de frontera, son innumerables los momentos en que la vida del Capitán Solano en la cual estuvo a cinco centímetros de punta de una lanza, donde logró salvar su vida, y la de muchos, gracias a esta prodigiosa habilidad que poseía.

Rufino Solano actuó en los Fuertes Estomba, Blanca Grande y del Arroyo Azul, entre tantos otros, y por su desempeño militar se lo considera uno de los forjadores de las fundaciones de las ciudades de Olavarría, San Carlos de Bolívar, lugares donde le tocó servir.

Rescate de prisioneros de la ciudad de Rosario, Santa Fe

Para el año 1873, en un multitudinario acto, le fue entregada en la ciudad de Rosario, Pcia. de Santa Fe, una medalla de oro en premio a sus servicios rescatando prisioneros y cautivas residentes en esa ciudad. Dicha misión, cumplida con absoluto éxito, le había sido encomendada por La Sociedad de Beneficencia y la Comisión de Rescate de Cautivos, ambas de Rosario. En dicho acto también se le hizo entrega de un pergamino de gratitud el cual manifiesta lo siguiente: “Rosario, 5 de agosto de 1873. Al Capitán Don Rufino Solano: Me es satisfactorio dirigirme a Ud. Participándole que el “Club Social” que tengo el honor de presidir resolvió en asamblea general obsequiar a Ud. Con una medalla de oro que le será entregada por el socio Don José de Caminos la que tiene en su faces verdadera expresión de los sentimientos que han inspirado al “Club Social” a votar en su obsequio este testimonio de simpatía y agradecimiento por la atenta abnegación y generosidad con que penetró hasta las tolderías de los indios de la Pampa para realizar el rescate de los cautivos cristianos, llevando con plausible resultado la difícil y peligrosa misión que le encomendó la Comisión de rescate del Rosario. Esta sociedad no podrá olvidar tan preciosos servicios y ha resuelto acreditarle estos sentimientos con este débil pero honroso testimonio. Manifestando así los deseos del “Club Social” del Rosario, me complazco en ofrecer a Ud. Toda mi consideración. Firmado: Federico de la Barra (Presidente)”.
Dicho acontecimiento fue reproducido en las primeras planas de todos los diarios de la de la ciudad de Rosario y de la Capital Federal, de aquella época. Nos parece justo reproducir el artículo aparecido en la primer página de la edición del día 14 de marzo de 1873, del Diario “El Nacional”, el principal de la ciudad de Buenos Aires, que de manera textual dice lo siguiente: “JUSTICIA AL MERITO – El Capitán Solano, que fue comisionado para rescatar los cautivos del Departamento del Rosario, regresó ayer de aquella ciudad, es donde nos dice ha merecido las más cordiales atenciones de la Comisión para el rescate de cautivos, y con especialidad del círculo denominado “Club Social”, compuesto de lo más distinguido y de lo más culto de la sociedad del Rosario; cuya asociación le discernió el honor de acordarle una medalla de oro en recuerdo de estimación y gratitud a sus muy importantes servicios. Ese acto tan bien inspirado debe ser imitado en ocasiones análogas por todos los pueblos argentinos, que suelen ser olvidadizos con el verdadero mérito. Es una iniciativa que honra altamente al pueblo del Rosario y evidencia su cultura y sus sentimientos delicados, como hace doblemente simpático al “Club Social”, al cual enviamos como argentinos las más ardientes felicitaciones, por el acto de justicia y de moral social de que acaba de dar tan noble ejemplo a su país. El “Club Social” que es al Rosario lo que el del “Progreso” es a Buenos Aires, abre sus amenos salones a los lejítimos (sic) placeres del espíritu, pero tiene un pensamiento inteligente y trascendental para los generosos estímulos, y ha de influir necesariamente en orden a los adelantos del país. El Capitán Solano que sigue viage (sic) para la frontera, va lleno de justa satisfacción y gratitud”. Acciones como esta, se repitieron innumerables ocasiones durante la vida del Capitán Solano.

Luego de finalizar la conquista, los indios continuaron buscando al Capitán Rufino Solano para que les ayudara a conseguir tierras donde vivir y muchos de ellos las consiguieron gracias a su gran influencia y prestigio, conduciéndolos ante el Presidente de la Nación, el General Julio A. Roca, a efectuar sus justos petitorios; así lo hicieron el Cacique Valentín Sayhueque, Manuel Namuncurá, Lorenzo Paine-Milla, la Reina de los Indios Catrieleros Bibiana García, entre muchos otros caciques más. En esos territorios obtenidos hoy se peden ver enclavadas las ciudades de Catriel, Valcheta y otras tantas poblaciones, dentro del territorio de las provincias de Buenos Aires, La Pampa y de Río Negro.

Blanca Grande, Olavarría. Batalla de San Carlos, Bolívar. Muerte de Calfucurá.

El capitán Rufino Solano intervino en numerosas batallas en defensa de los pueblos fronterizos, enfrentándose al ataque de malones (San Carlos de Bolívar, Azul, Olavarria, Cacharí, Tapalqué, Tandil, Bahía Blanca, Tres Arroyos, etc.), entre ellas son dignas de mencionar su intervención en Blanca Grande a las órdenes de los coroneles Benito Machado y Alvaro Barros, sentando las bases de la actual ciudad de Olavarría, y luego, a partir de 1868, permaneció en la ciudad de Azul junto al coronel Francisco Elías. Posteriormente a las órdenes del General Ignacio Rivas, ya con el grado de capitán, participó en la feroz e encarnizada batalla de San Carlos, el 8 de marzo de 1872, abriendo los cimientes de la que es la actualidad la ciudad de San Carlos de Bolívar; en esta última contienda, que duró todo el día, los indios, reconociéndolo, le gritaban “pásese Capitán !!”. En esta batalla, en la que participó como jefe del cuerpo de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos que la División del General Ignacio Rivas logró hacer marchas rapidísimas.
Su intervención en San Carlos no impidió a este valiente soldado, que al poco tiempo de esta decisiva batalla, se presentara nuevamente en la propia toldería del temible cacique Juan Calfucurá (Piedra Azul), su contrincante vencido, apodado “El Soberano de las pampas y de la Patagonia”, siendo casi un milagro que no lo mataran; pero no solo no ocurrió ello, sino que al cabo de algunos días pudo retirarse llevándose consigo decenas de cautivas a sus hogares.

Este episodio es único e inolvidable, porque Calfucurá, sintiéndose morir, en la noche del 3 de julio de 1873, y viendo al Capitán Solano velando junto a su lecho, conmovido por este gesto, le indicó que debía retirarse de inmediato porque luego de su muerte lo iban a ejecutar junto con todas las cautivas. Con escaso tiempo, así lo hizo el capitán, e inmediatamente luego del fallecimiento del cacique, partió el malón en persecución del rescatador y las cautivas: se escuchaban cada vez más próximos los aterradores alaridos de sus perseguidores y cabalgando durante toda la noche, finalmente lograron salvarse llegando al día siguiente a sitio seguro. Fue así como el Capitán Rufino Solano fue el último cristiano que vio con vida a este legendario cacique, el cual, en sus últimos instantes de vida, tuvo este majestuoso gesto de grandeza y humanidad. Por esta verdadera hazaña, el Capitán Solano fue recibido con admiración y gratitud en Buenos Aires por el Arzobispo Aneiros, por el Presidente de la Nación y todo su gabinete en pleno. Monseñor Aneiros mandó a colocar, en el Palacio del Arzobispado, una placa conmemorativa de este singular suceso.

Su participación junto a la Iglesia.

A propósito de esta máxima figura de la Iglesia Argentina, el Arzobispo Federico León Aneiros, como dijimos, denominado “El Padre de los indios”, en numerosas oportunidades, el Capitán Rufino Solano le ofició de enlace e intérprete con diversas embajadas de líderes indígenas, con quienes, esta célebre autoridad eclesiástica del país, mantuvo reuniones en mencionado Hotel Hispano Argentino de Buenos Aires y en otras oportunidades, en la propia sede del Arzobispado. Por iniciativa de de este alto prelado, en el año 1872, entró en funciones el designado “Consejo para la Conversión de los Indígenas al Catolicismo”, con el primordial propósito de planificar y llevar a cabo misiones evangelizadoras en las zonas fronterizas, donde se hallaban asentadas las tribus de Cipriano Catriel, Raylef, Coliqueo, Melinao y Juan Calfucurá (Piedra Azul) y posteriormente su hijo, Manuel Namuncurá.

La Iglesia anteriormente había intentado un acercamiento al aborigen, fue así como en enero de 1859, el Padre Guimón, asistido por los Padres Harbustán y Larrouy, bayoneses, se internaron en Azul para entrevistarse con el magnífico cacique Cipriano Catriel, manteniendo tres encuentros con este gran jefe. El primero de ellos fue halagüeño, mostrándose Catriel solícito para atender los requerimientos de los sacerdotes. En la segunda entrevista, el P. Guimón expuso los proyectos de su pretendida acción evangelizadora, expresándole: “Somos extranjeros, hemos consentido el sacrificio de abandonar nuestro país, nuestros parientes y amigos, con el solo fin de dar a conocer la verdadera religión… ¿No tendría el cacique el deseo de ser instruido en ella?”. “-¿Por lo menos negaría el permiso de enseñarla a la gente de la tribu y especialmente a los niños?”. Todo hacía prever la afirmativa respuesta del cacique, sin embargo, después de consultar al adivino y a los demás jefes, Catriel denotó su negativa. Finalmente, durante el tercer contracto, el cacique respondió de este modo: “No queremos recibirlo más en adelante, ni siquiera una vez, aunque fuera solo para satisfacción de su curiosidad”. Debido a este manifiesto y terminante rechazo demostrado por los indígenas, el misionero debió regresar a Buenos Aires, viendo totalmente frustrado su intento de acercamiento.

Catorce años mas tarde, el 25 de enero de 1874, arriba al Azul el Padre Jorge María Salvaire (lazarista) con idénticas intenciones de catequizar e impartir los sacramentos, pero esta vez contando el sacerdote y la Iglesia con la invalorable presencia intercesora del acreditado capitán Rufino Solano. Es así como debiendo internarse en la pampa, en dirección a los toldos de Namuncurá, la prudencia y la cautela de este notable sacerdote le aconsejaron la intervención de “…el capitán Rufino Solano, hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin había participado para Salinas Grandes, ganándose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conocía a la perfección” (Monseñor J. G. Durán, Ops. citadas.)

Queda certificada la activa participación y la benéfica influencia ejercida por el capitán Solano, por la existencia de cordiales y afectuosas misivas dirigidas al mismo durante las tratativas: dos enviadas por el cacique Alvarito Reumay, fechadas el 15 de febrero y 13 de marzo de 1874 y una tercera remitida por el cacique Bernardo Namuncurá, el “escribano de las Pampas”, fechada el 13 de marzo de 1874. Es bien conocido que este último, Bernardo, fue el que salvó al Padre J. M. Salvaire cuando estaba a punto de ser ultimado por su hermano, el cacique Manuel Namuncurá, hijo de Juan Calfucurá y padre de nuestro Beato Ceferino Namuncurá. (Archivo Basílica Ntra. Sra. de Luján, J. M. Salvaire, Fuente citada).

Son célebres los sucesos ocurridos en el transcurso de las mencionadas tratativas. La providencial intervención del mencionado Bernardo Namuncurá salvándole la vida al P. Salvaire, y las consiguientes promesas efectuadas a la Virgen del Luján por el Padre Salvaire, que han dado origen a la magna Basílica y a su proceso de beatificación, el cual se halla en trámite.



1 2 3

1) Arzobispo León Federico Aneiros y otros sacerdotes. 2) Padre Jorge María Salvaire. 3) Placa Padre Salvaire.

Fue así como el Capitán Rufino Solano trató, colaboró y le allanó el camino en la misión, casi quince años postergada, al virtuoso y venerable Padre Jorge María Salvaire, llamado “El misionero del desierto y de la Virgen del Luján”, logrando así la Iglesia tener un contacto mucho más frecuente y fluido con los caciques. Así lo testimonian expresivas correspondencias intercambiadas por el Cacique Manuel Namuncurá y el Arzobispo Aneiros, destacando este cacique la presencia del Capitán Solano guiando la delegación que iba a entrevistar al ilustre prelado, entre otros temas. (Capítulo “Correspondencia con los caciques”, Op. Citada, Cardenal S. L. Copello)

Fue el propio Padre Jorge María Salvaire quién, más tarde, colocó la piedra fundamental de la Gran Basílica de Nuestra Señora del Luján, el 15 de mayo de 1887, luego fue su Cura Párroco, y murió en la misma ciudad de Luján el 4 de febrero de 1899 a los 51 años de edad. Sus restos fueron depositados en la cripta situada en el crucero derecho de la Gran Basílica a los pies de la imagen de la Medalla Milagrosa, al lado del Altar Mayor, donde yacen hasta el día de hoy. Por su parte, los restos del Arzobispo Aneiros descansan en un mausoleo situado en el ala derecha de la Catedral de Buenos Aires, en la capilla consagrada a San Martín de Tours.

Por cierto, resulta una verdadera injusticia que la derruida tumba de este notable militar azuleño se halle ubicada en el rincón más apartado, abandonado y olvidado del cementerio de la ciudad de Azul, en un lugar que sin ayuda, difícilmente se la podría localizar.




Cripta del Padre Jorge María Salvaire (Luján). Mausoleo de Monseñor Aneiros (Catedral, de Bs. As.)

Por la muy meritoria labor desplegada por el Capitán Solano, junto a estas emblemáticas figuras de la Iglesia, no son pocos los historiadores religiosos que lo señalan y lo refieren en señal de reconocimiento a su valiosa colaboración; incluso en la más reciente actualidad, el destacado historiador Monseñor Dr. Juan Guillermo Durán, miembro de la Academia Nacional de la Historia y Director del Departamento de Historia de la Iglesia, de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, en el año 2001, vino hasta la ciudad de Azul para fotografiar la tumba del Capitán Solano, publicándola a página completa en su libro “En los Toldos de Catriel y Railef” (Editorial de la Pontificia Universidad Católica Argentina, 2002). Por estas sólidas e incuestionables razones, sin dudas, se puede afirmar que el Capitán Rufino Solano sigue siendo el militar más querido y reconocido por la Iglesia.

Hace aún más valiosa y resalta su intervención, el hecho de que su figura representó el punto de inflexión entre la función del ejército y la acción de la Iglesia, cuyas posturas y principios se mostraron en aquella época, por sus disímiles naturalezas, muy a menudo enfrentadas, incompatibles y hasta inconciliables.

Para comprender y valorizar la obra del Capitán Solano, es necesario ubicarse en el difícil contexto y en el paisaje de la época y en nuestra patria. Por esos días la frontera era como pararse en la orilla del mar, no había nada más que horizonte. En ese horizonte, de manera recóndita acechaba el peligro, los indios, la muerte, la cautividad. No existían árboles ni otro obstáculo natural que interrumpiera la visión, durante las agotadoras travesías se debía pernoctar en medio de aquella inmensidad, sin nada para cobijarse, solo existía cielo, tierra y distancias. Tampoco lo había para guarecerse de las inclemencias del frío, de la lluvia, el viento o el calor. Idéntica situación se producía para el caso que hubiera que combatir ante el hábil y astuto rival.

Las marchas duraban días, semanas enteras, se debía llevar suficiente cantidad de provisiones y abundante caballada para el recambio. Los indios brotaban de la tierra como por arte de magia. El espectáculo de una toldería india es inimaginable, allí las cautivas y demás prisioneros vivían en un infierno. Si alguien lograba escapar, seguramente moría en el interminable desierto.

Las mujeres indias, por celos, hostigaban continuamente a las cautivas y les daban de comer las sobras, como si fueran perros. Debían desarrollar las tareas más duras y para que no escaparan, a los prisioneros se les despellejaba las plantas de los pies, lo que obligaba a trasladarse arrastrándose por el suelo. Las escenas y el ambiente eran ciertamente escalofriantes. Salvo estas cosas, no difería demasiado la vida que se llevaba en los fortines o en los pueblos que se formaban alrededor de ellos.

A pesar del impiadoso paso del tiempo, este formidable ser es una clara demostración que cuando alguien es verdaderamente grande, jamás puede ser olvidado totalmente, porque esa grandeza es capaz de superar los mayores obstáculos, tales como la indiferencia, la frágil memoria y la ingratitud. Ello se debe a que los servicios del capitán Rufino Solano, sus conocimientos, destreza y valentía, fueron requeridos desde todos los sectores de la esfera social argentina, comenzando por desesperados familiares que le rogaban que rescatara a sus seres queridos, continuando por los altos mandos del gobierno, tanto políticos como militares, y aún como producto de la constante preocupación de la Iglesia por darle una solución a tan difícil situación.

Durante décadas, todos supieron quien era y donde estaba el “capitán salvador” y él cumplió con todos. Allí encontramos la explicación de su recuerdo: simplemente porque no se puede investigar nuestra historia sin encontrarnos de repente con su noble estampa. Aún en la actualidad, su gravitante y benéfica presencia ha sido estudiada y valorada incluso en obras de autores y universidades del exterior. Captive Women: Oblivion and Memory in Argentina. Susana Rotker, 2002, University of Minnesota, USA; Rutgers University, Wilson Center, 1977, New Jersey, USA; Ftes. Citadas).

El capitán Solano, vivió y sirvió a su querida Patria durante toda su larga, pobre y sacrificada vida de frontera, donde rara vez le llegaba un sueldo desde Buenos Aires.

Rufino era hijo del Teniente Coronel(*) del Regimiento de Patricios Don DIONISIO SOLANO (1777/1882), un valiente guerrero de las Invasiones Inglesas y de la Independencia Nacional que actuó junto al General Manuel Belgrano durante las Campañas al Paraguay y del Norte; y más tarde, fue el jefe de la caravana de familias fundadoras de la ciudad de Azul, allá por el año 1832, fue Alcalde originario(**) de ella durante más de treinta años, muriendo en esta población a la edad ciento cinco años. Antonio G. del Valle, Alberto Sarramone, Ricardo Piccirilli, Enrique Udaondo, Vicente O. Cutolo, Juan G. Durán, obras citadas.- (*) Memorias del Ministerio de Guerra y Marina, Buenos Aires, República Argentina, Edición 1881, Tomo II, Anexo A, Pág. 33. (**) Archivo de la Municipalidad de Azul, año 1837 e Iglesia Catedral de Azul, Revista Biblos, Ftes. Citadas.



Dos fotografías de Rufino Solano. La segunda data de 1912, un año antes de su
fallecimiento


A menos de cinco años de la fundación de la ciudad de Azul, nació nuestro personaje (1837), viviendo en su pueblo natal hasta su muerte, ocurrida el 20 de julio de 1913. Así lo certifican su acta bautismal en la Iglesia Catedral de Azul, los Censos Nacionales de 1869 y 1895 (el primero y segundo del país) y la certificación de su defunción, asentada en registro del cementerio local.



Sepulcro del capitán Rufino Solano, cementerio de la ciudad de Azul.

Este ejemplar ser humano, que lo dio todo por sus semejantes, al cual centenares de familias le deben hoy su existencia, murió pobre, viejo y olvidado en su pueblo natal y se llamaba Don RUFINO SOLANO, capitán del ejército argentino, y su mayor orgullo fue ser, como él siempre lo decía: “un fiel servidor de la Patria”.-

Autor: Omar Horacio Alcántara

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES UTILIZADAS
- Durán, Juan Guillermo. El Padre Jorge María Salvaire y la familia Lazos de Villa Nueva – 1866-1875. Buenos Aires, Ediciones Paulinas, 1998. En los Toldos de Catriel y Railef. Editorial Pontificia de la Universidad Católica Argentina, 2002.
- Sarramone, Alberto. Historia del Antiguo Pago del Azul. Editorial Biblos, Azul, 1997.
- Del Valle, Antonio G. Recordando el Pasado. Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.
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- Diario "El Nacional" (Bs. As., 14-III-1873).
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- Hemeroteca Bartolomé J. Ronco, ciudad de Azul, Pcia. de Buenos Aires.
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- Internet: www.wilsoncenter.org/topics/docs/ACF352.pdf (U.S.A.)

PUBLICADO EN DIARIO “EL TIEMPO” DE LA CIUDAD DE AZUL DEL 08 DE NOVIEMBRE DE 2007.-
PUBLICADO EN “TODO ES HISTORIA”, Nº 487, FEBRERO DE 2008, DIRECTOR / EDITOR: DR. FÉLIX LUNA.-
PUBLICADO EN “EL FEDERAL”, Nº 205, ABRIL DE 2008, SUPLEMNTO “EL TRADICIONAL” (Nº 85). Directores: IGNACIO FILDANZA / RAÚL OSCAR FINUCCI.-


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CAPITAN RUFINO SOLANO
Biografía del personaje azuleño extraída de: “RECORDANDO EL PASADO”, Tomo I, Págs. 335/342, de Antonio G. del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.- (Copiado textualmente)
El capitán Don Rufino Solano, es uno de los buenos y leales servidores de la civilización. Desde su juventud, sirve en las fronteras jugando temerariamente su vida; salvando de las garras del salvaje, infinidad de cautivos, para devolverlos a los hogares de donde han sido arrancados por la fuerza y la insolencia brutal del indómito hijo del Desierto. No se detiene ante el peligro de las chuzas ensangrentadas de los bárbaros que irrumpen como avalanchas de fieras, husmeando sangre. Su misión noble y austera, lo lleva más allá.
El capitán Solano, entiende que es deber de patriotismo y de humanidad tender la mano a sus semejantes; y sin darse reposo acomete durante largos años la ruda tarea de pactar con los indios y rescatar los cautivos. Para ello, se interna Tierra Adentro, llega a las mismas tolderías, habla con los caciques en cuya compañía pasa largas temporadas, y regresa a tierra de cristianos trayendo como trofeos de sus incursiones arriesgadas gran número de cautivos de ambos sexos que allá en los aduares salvajes han gemido amargamente en aquellas largas e interminables noches de sus cautiverios.
El capitán Solano ha recorrido las más largas, penosas y arriesgadas travesías en aquellas épocas en que internarse al Desierto equivalía renunciar a la vida. El mérito de éste valiente soldado de la civilización, consiste en este valor frío, tranquilo, sereno; en ese tacto y en esa seguridad que tiene en su propia fuerza de voluntad. El va, se interna a los confines de la pampa donde el bramido del tigre y el alarido del salvaje hacen dúo infernal y viven en consorcio amigable: es que las fieras también se buscan y fraternizan en las soledades y en las tupidas marañas de los campos solitarios del Desierto. Va jugando su vida en la seguridad de que el éxito de sus campañas son triunfos de la civilización.
Los servicios del capitán Solano en esa larga campaña en que su figura se destaca con relieves de méritos indiscutibles, se condensan en sus viajes a las tolderías en busca de cautivos.
Como soldado en las filas de los cuerpos en que ha servido, sus servicios se cuentan por largos años, habiéndose encontrado en innumerables combates librados en la Pampa.
Entendiendo rendir homenaje de gratitud a su memoria, que bien la merece, dedicámosle esta página a fin de que su nombre no duerma perdido en esa larga noche del olvido en que se pierden para siempre los nombres de tantos héroes, unas veces por negligencias, otras por egoísmo, y muchas por ignorarse sus hazañas. Sin esta clase de servidores abnegados, tal vez la civilización aún estaría en embrión de esos solitarios campos del Desierto.
El capitán Solano entró a prestar servicio militar, como soldado, el año 1855 en el Fortín Estomba que se pobló entonces, y a las ordenes del teniente Preafán. Con motivo del fallecimiento de este oficial que pereció en el Arroyo Tapalqué; Solano quedó a las órdenes del alférez Ivano quien al frente de una compañía del batallón 3 de línea se hizo cargo del mencionado fortín.
El año 58; Solano fue licenciado; y el 64 con el grado de subteniente de guardias nacionales formó a las órdenes del comandante Lora, en Olavarría. Fue de los fundadores de este pueblo.
El 65 pasó a órdenes del coronel Don Benito Machado, jefe de la Frontera Sud y Costa Sud. Ese año, por orden del coronel Machado, Solano hizo su primer viaje a las tolderías del temible Calfucurá con orden de pactar con este indio, pues se tenía conocimiento que una fuerte indiada debía invadir la frontera Sud.
Solano llegó a los toldos, habló con Calfucurá: la invasión no se llevó a cabo, y regresó al campamento conduciendo algunas cautivas que le fueron entregadas.
Poco tiempo después, el coronel Don Álvaro Barros es designado jefe de las fronteras en reemplazo del coronel Machado, y Solano sigue prestando servicios a órdenes del nuevo jefe.
El 66, hace varios viajes a las tolderías de Calfucurá en Chiloé, de donde regresa con quince cautivos. El 68, es ascendido a teniente 2º, y a las órdenes del coronel Don Francisco Elías llegan a la Blanca Grande, abriendo los primeros cimientos de aquel avanzado Fuerte.
El 69, el coronel Elías lo envía a los toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos con este cacique. Allí permanece una temporada, y a su regreso trae treinta cautivas que fueron enviadas a sus respectivos domicilios.
En ese mismo año hizo varios viajes al desierto desempeñando comisiones encomendadas por sus jefes. Entretanto, los indios invadieron por Quequén Chico y Tres Arroyos, llegando en fuertes grupos hasta el Arroyo Chico, partido de Tandil. Los invasores llevaron más de ochenta cautivos entre hombres, mujeres y niños.
En el Sauce Corto, el Teniente Rivero que andaba en observación fue alcanzado por la indiada, y después de un reñido y desigual combate en que la mayor parte de la gente de este oficial fue muerta, y él herido, fue hecho prisionero y llevado a los toldos de Calfucurá.
El 70 fue ascendido a Teniente Iº, y nuevamente fue mandado por el coronel Elías a los toldos de Calfucurá. Al llegar al Sauce Grande, el Teniente Solano y los tres soldados que lo acompañaban divisaron un indio bombero que desde la cumbre de un médano los observaba. Solano y sus hombres se encaminaron al paso del arroyo de donde les salió al encuentro un grupo de más de treinta indios.
Los soldados de Solano rodearon las tropillas para mudar caballos y huir. A no haberlos convencidos que no debían disparar porque corrían peligro de ser lanceados de atrás, Solano hubiera quedado solo en el campo. Acompañado de uno de sus hombres, se adelantó hacia donde los indios venían, quedando los otros con las tropillas.
Al aproximarse, los indios reconocieron a Solano, manifestándole que el objeto que los traía era llevar cautivos, para ver si por ese medio conseguían la libertad del padre del cacique Mariano Cañumil y de otros capitanejos que junto con treinta indios habían sido tomados prisioneros en Puán por el comandante Llanos, y se encontraban presos en la Blanca Grande.
Capitaneaba el grupo de indios, un hijo de Cañumil. Solano logró convencer al indio que debían regresar a los toldos, que él se comprometía a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros.
El hijo de Cañumil accedió, y emprendieron juntos la marcha hacia los toldos. De éste punto, acompañados por este cacique y cuatro indios salió para Chiloé residencia de Calfucurá.
A los veinte días regresaba a la Blanca Grande con veinte cautivos que los indios tenían en sus toldos; y acompañado por el capitanejo Juan Miel cuatro indios que le servían de escoltas.
El coronel Elías queriendo premiar éstos actos, solicitó y obtuvo el ascenso a Capitán, enviando a Solano a Buenos Aires a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros en la Blanca Grande. A su regreso, el capitán Solano era portador de una orden para el coronel Elías a fin de que pusiera en libertad los prisioneros, y les entregara al propio Solano para que lo condujera personalmente a sus toldos. Al mismo tiempo se le entregó hacienda yeguariza que llevó para racionar a los indios.
La llegada de los prisioneros a las tolderías fue festejada con bailes, borracheras de los pampas, y fiestas tan salvajes como ellos mismos.
Cuando el Capitán Solano regresó a la Blanca Grande traía cuarenta cautivos, incluso el Teniente Rivero prisionero en el Sauce Corto. Solano hablaba y conocía la lengua araucana con la misma propiedad que los indios.
Durante la Guerra del Paraguay, Solano hizo varios viajes a las tolderías de Calfucurá, permaneciendo largas temporadas hasta que lograba la entrega de cautivos que eran conducidos después a sus destinos.
El capitán Solano acompañó desde los toldos de Chiloé hasta el Azul, y de éste punto a Buenos Aires al cacique Manuel Namuncurá, y a los capitanejos que acompañaban a éste: Mariano Paisanán, Loncomil, Curumán Mericurá, Turuvin, Juan Miel, Curupán, Benito Pichicurá y otros que iban a conferenciar con el Ministro de la Guerra.
El presidente de la Republica Dr. D. Márcos Paz, dió órdenes para que la comisión de indios fuera hospedada en el antiguo “Hotel Hispano Argentino”, calle Piedras entre Belgrano y Moreno. Tres meses permaneció en Buenos Aires la referida comisión indígena.
El capitán Solano, había regresado a la frontera nuevamente. Por orden superior emprendió viaje a los toldos de Calfucurá llevando comunicaciones para el citado cacique. En este viaje llegó hasta las guaridas de indios que vivían en Milla-Huinqué, Anomur, Choiqué Mahuida, Cadi-Leufú, Tranir-Lauquén, Huinca-Renanco, Queni-Malaal, etc. Gobernaban estas tolderías los caciques hermanos Lincó y Rolupán. Con ellos hizo tratados y rescató muchos cautivos.
Siendo Jefe de la frontera el General Don Ignacio Rivas, el año 72, Solano hizo varios viajes al Desierto. Unos conduciendo raciones para las tribus, otros con objeto de parlamentar con los caciques, y traer cautivos que generalmente le eran entregados.
En unos de sus tantos el capitán Solano consiguió rescatar un considerable número de cautivos en el que venían cuarenta mujeres pertenecientes al Rosario de Santafé (sic), y que habían sido tomadas por los indios de Calfucurá en la invasión que llevaron hasta el Sauce del Rosario, distante cinco leguas de la ciudad de ese nombre.
Al regresar de Chiloé con los cautivos acompañaban al Capitán Solano diez capitanejos que Calfucurá enviaba a Buenos Aires en comisión ante las autoridades nacionales.
La llegada de Solano con las cautivas rescatadas y los capitanejos que los acompañaban, causó como es consiguiente curiosidad en la gente de la ciudad que se aglomeraba en considerable número frente al local donde se hospedaban.
Fueron visitados por el Arzobispo Dr. Federico Aneiros quien los colmó de atenciones.
El entonces Ministro de la Guerra coronel Gainza ordenó a Solano que se embarcara en vapor Pavón y condujera personalmente las cautivas hasta la ciudad del Rosario, entregándolas a las autoridades para que las hicieran conducir a sus respectivos destinos.
En Rosario fueron recibidos por una Comisión de damas, por el Presidente del Club Social Don Federico de la Barra y por numeroso público que ansiosos esperaban la llegada de los libertados. Al desembarcar, se produjeron actos y escenas emocionantes y conmovedoras.
El capitán Solano fue obsequiado con una medalla con que la sociedad del Rosario premió sus actos de humanidad y de valentía reintegrando a la vida civilizada seres arrancados por la mano salvaje al cariño de los hogares.
Cumplida su misión, el capitán Solano regresó a Buenos Aires, y de allí a la frontera con la comisión de indios que había permanecido por un mes en la ciudad. Llegado al campamento, el general Rivas lo envió a las tolderías para que distribuyera entre los indios tres mil yeguas de racionamiento de acuerdo con los pactos celebrados.
En la batalla de San Carlos, el capitán Solano desempeñaba el cargo de jefe de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos, que la división del general Rivas logró hacer sus marchas rapidísimas, y aparecer al venir el día delante de Cabeza del Buey, llegas a San Carlos donde se encontraba el coronel Boer, y librara contra las hordas de Calfucurá esa sangrienta como colosal batalla. Los indios, durante la batalla habían reconocido al capitán Solano y le gritaban “pásese capitán, pásese”.
Pocos días después, el capitán Solano fue comisionado por el general Rivas para internarse hasta los mismos toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos y tratados de paz, y rescatar los cautivos que allí tenían de rehenes.
No obstante lo peligroso de la misión como consecuencia de la batalla que acababa de librarse y que los indios sufrieron enormes pérdidas, Solano se internó al Desierto, llegó a Chiloé y entregó las notas de que era portador al mismo Calfucurá. Este reunió sus caciques dándoles lectura del contenido, al mismo tiempo de que Solano les explicaba el objeto de su misión.
Después de parlamentar, Calfucurá decidió entregarle treinta y siete mujeres cautivas, de las cuales, siete pertenecían a Bahía Blanca, las que Solano quería traer hasta el Azul, de donde serían enviadas por órdenes de general Rivas y bajo segura custodia. Los indios se opusieron, resolviendo que una misión de entre ellos las conducirían a Bahía Blanca. En efecto, se pusieron en marcha con numeroso arreo de cargueros. Llevaban ponchos matras, pluma de avestruz, quillangos, etc.
Al llegar a Bahía Blanca una partida de soldados de las fuerzas del coronel Murga les salió al encuentro, y confundiéndolos con indios malones los pasaron a cuchillo. Entre los indios que formaban la comisión venía de jefe un sobrino de Calfucurá; y de segundo, un yerno del citado cacique. Las cautivas fueron llevadas a Bahía Blanca.
Pocos días después, salía otra comisión de indios también con cargueros, y con destino a Bahía Blanca. A su paso encontraron los cadáveres de sus compañeros, y aprovechando que no fueron sentidos regresaron a los toldos con la noticia del fúnebre hallazgo. Entre tanto el capitán Solano había permanecido en Chiloé esperando reunir mayor número de cautivos para ponerse en marcha al Azul.
El regreso de los indios alarmó considerablemente a la tribu que se puso en movimiento dando enormes alaridos y amenazando con lancear a Solano, a sus hombres y a las cautivas.
Los indios rodearon el toldo donde se alojaba el capitán, esperando la señal del cacique para exterminarlo. Solano y los soldados que lo acompañaban se prepararon para defenderse. Las pobres cautivas lloraban asustadas, enloquecidas de terror ! Debió ser aquel un cuadro conmovedor !
Calfucurá enfurecido, empuñando filosa espada se dirigió a Solano amenazándolo con matarlo. Creía que debido a insinuaciones suyas los indios habían sido muertos en Bahía Blanca. Solano tranquilo, sin perder su serenidad ni su temple le habló en la lengua, logrando convencer al terrible cacique que la culpa la tenían ellos mismos: que su propio hijo había escrito las notas, y que recordára que él mismo les había propuesto llevarlas al Azul, y de aquí remitir las cautivas a Bahía Blanca. “Tenés razón, hijo”, le contestó Calfucurá, “por eso no te mato”; y arrojando la espada al suelo, ordenó a los indios que se retiraran.
Al día siguiente, a instancias de Solano, este fue despachado con notas para el general Rivas y el coronel Elías, llevando las cautivas y acompañado por el capitanejo Corobui y seis indios.
Un mes después de permanecer en Azul, el general Rivas envió de nuevamente a Solano a los toldos de Chiloé con regalos para Calfucurá. Llevaba cinco cargueros con ponchos, chiripás, sombreros, chucherías y ropa de toda clase. Calfucurá, agradecido a esta distinción; cuando regresó el capitán Solano, le entregó varios cautivos que fueron traídos al Azul.
Al estallar la revolución del 74, el capitán Solano se encontraba en Buenos Aires. El coronel Barros lo envió para que se entrevistara con Juan José Catriel a fines de atraerlo a las filas del Ejército leal al gobierno. Su misión no debió serle de buenos resultados en el primer momento, pués éste cacique se sublevó a favor de la Revolución; aunque más tarde se presentó con sus indios a la División del coronel Lagos, traicionando a su hermano Cipriano Catriel y a los jefes con que se había comprometido.
Más tarde Solano fue mandado en comisión por el Doctor Alsina Ministro de Guerra, a los toldos de Namuncurá. En marcha por el Desierto, Solano avistó una fuerte invasión A fin de no caer en manos de los indios, se desvió cuanto le fué posible, llegando a los toldos del referido cacique donde solo encontró la chusma y algunos indios viejos de la tribu, pues toda la indiada con Namuncurá al frente se había lanzado al malón.
Al emprender su regreso, venía el capitán Solano acompañado por el cacique Millalua y seis indios con lo que llegó a Carhué presentándose al coronel D. Nicolás Levalle. Este jefe colmó de regalos a los indios que permanecieron varios en el campamento, de donde regresaron a sus toldos. Solano siguió viaje a Buenos Aires a dar cuenta de su misión.
En el año 80, el general Roca comisionó al capitán Solano para recibir y conducir hasta la capital al cacique Valentín Sayhueque y su comitiva; igualmente que otra comisión de indios encabezada por el cacique Lorenzo Paine-Milla que venían a pedir tierras al gobierno. Todos estos indios fueron alojados en el viejo Cuartel del Retiro.
Para los años 98 o 99 llegó al Azul la india Viviana García, titulada “Reina de lo Indios”. Acompañábanla dos hijos, y los capitanejos Juan Centenera, Mariano Guerra, Simón Rosas, Francisco Díaz, Fermín Garro, Máximo Jerez y otros más. Solano los acompañó hasta Buenos Aires donde se presentaron ante las autoridades nacionales.
La India Viviana, venía también a solicitar tierras del Gobierno para poblarlas con sus indios.
El capitán Solano murió en el Azul, viejo y pobre. Era hijo del guerrero de las invasiones inglesas y de la guerra de la Independencia, Teniente Dionisio Solano (1), del célebre “Regimiento Patricios”.
Como a tantos otros, la patria lo tiene olvidado.
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(1) “Era encargado o jefe del convoy de carretas el Teniente Solano, padre del capitán Rufino Solano (sic)”, misma obra (A. del Valle, Capítulo “Fundación de Azul”), mismo Tomo, Pág. 217.- // Por su notable trayectoria, el cofundador de Azul, DIONISIO SOLANO, fue ascendido a Tte. Coronel por el Tte. General Benjamín Victorica; dato asentado en Memorias del Ministerio de Guerra y Marina, Honorable Congreso de la Nación, República Argentina, Buenos Aires, Edición 1881, Pág. 33.-

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ABRIL DE 2008.-