miércoles, 23 de mayo de 2007

Hergé


EL 22 DE MAYO DE 1907 —cien años atrás—, madame Alexis Remi, nacida Elisabeth Dufour, daba a luz al niño Georges Prosper, quien familiarmente era llamado por sus conocidos Georges Remi; sus iniciales G. R., invertidas en “R. G.”, darían lugar al sobrenombre de “Hergé”, por el cual cuatro generaciones de jóvenes le conocerían en vida, y otras incontables después de su muerte el 3 de marzo de 1983.

Su genial creación gráfica y moral, Tintín, se estrenó en enero de 1929 con Tintín y los soviets, una historieta de fuerte contenido católico y anticomunista que le fuera encomendada por un sacerdote belga, que por entoncs estaba encargado de la formación de las juventudes católicas belgas, e inspirador suyo en cuanto a la seriedad que debía observar en su documentación previa a cada creación. Esta obsesión por la perfección y la exactitud la conservaría toda su vida, en todas sus obras.

Este primer paso, que señalaría toda su obra futura por su fuerte y sostenido tono crítico contra el comunismo y los distintos desastres del liberalismo “occidental”, le hizo acreedor, como es conjeturable, a públicas o encubiertas persecuciones, inclusivas de la inevitable acusación de “colaboracionista” con la ocupación alemana entre 1940 y 1944, o por una posible pertenencia al movimiento rexista belga de León Degrelle. Su temperamento, sensible y algo neurasténico, no soportó estos ataques que lo acosarían hasta su muerte, provocándole agudas depresiones, tormentos psíquicos y, como consecuencia, desaveniencias familiares y personales. Hergé era en cierto sentido un hombre difícil, pues su innegable genialidad para la historieta ilustrada, llamada inciertamente comic, exigíale esfuerzos muy superiores a las limitaciones impuestas por la típica turbulencia ideológica de su tiempo, de su posición política tradicional; y hacía estragos en una personalidad de relativa inocencia, característica con que contaba para describir con riqueza inigualable a sus múltiples personajes, a los cuales prestó más atención que a sus argumentos; algo así como emanaciones de sí mismo. No hay nada que hacerle: el estilo es el hombre y, en el artista, se nota y se sufre mucho más.

La incomparable humanidad de sus personajes y su riquísima variedad, no tiene parangón ninguno en el ahora extendido género que cultivó. Cualquier semejanza posible cae bajo la demoledora personalidad que imprimió a cada participante de sus historietas, aún los de menor cuantía. La historieta moderna, decididamente mercantilizada, en su ramplona vulgaridad y urgida por la consiguiente necesidad de generar impactos visuales de baja moralidad y ninguna inspiración, no puede competir con la sencillez humana y cálida del realista y honrado Tintín; o con el nobilísimo marino, capitán Haddock, un alcohólico recuperado a medias, atacado seguramente de una melancolía perpetua por el mundo nada épico que le toca vivir; ni con el engolamiento torpe, simpático, ególatra, oficial y amistoso de los policías Dupont y Dupond. Ni qué decir de Milú, el perro más famoso de todas las historietas de todos los tiempos, objeto de la lealtad más que perruna de su famoso amo. El detallismo de Hergé es probervial y único: las inscripciones chinas que aparecen en las paredes dibujadas en la historieta ambientada en Shangai, son auténticos ideogramas chinos con proclamas políticas. El detallista Hergé no tuvo entre su gremio, desgraciadamente, ningún imitador en este renglón, prueba contante y sonante de la improvisación que reina en ese ámbito, pero también de una postura ideológica amiga de la indefinición.

En 1973, el Gobierno anticomunista de Taiwán lo invitó oficialmente a visitar la isla nacionalista como un homenaje a su obtra El loto azul, publicada en 1935 y ¡cuándo no! con un argumento totalmente a contramano del pensamiento oficial europeo de aquel tiempo, cuyos gobiernos (todos, sin excepción ...) veían con buenos ojos el avance del occidentalizado y ordenado Japón contra la tumultuosa China. ¡Pero Tintin estaba en contra! Y además, en la historieta se denunciaba la entente táctica entre los reyes del opio y los jerarcas comunistas, entonces en lucha contra el Partido Nacionalista chino.

El catolicismo visceral de su autor, lejos de ser su característica “a pesar de la cual” (como dice la envidiosa zurda) la obra es admirable, es el secreto mismo del éxito indisputado de Tintin, la historieta realista (no de ciencia ficción) más famosa de todas las épocas; y ese realismo católico europeo estilo antiguo régimen —curiosamente equivalente, en la novela policial, al chestertoniano Padre Brown— la clave de la atracción irresistible que sigue ejerciendo sobre jóvenes y grandes. Personajes libres, sin ataduras ideológicas ni poses partidistas, ni ninguna otra carga ni condicionamiento mental previos, más que una corajuda Moral tradicional a prueba de ... comerciantes y editores.

En la última escena de estas historietas, con alguna rara excepción, Tintín y el capitán Haddock, seguidos de cerca por Milú, emprenden el ingreso a casa. Moulinsart, el hogar, es el punto final de todas las aventuras; uno creería que es el motivo de todas ellas.




3 comentarios:

Luis de Guerrero Osio y Rivas dijo...

Felicidades, fuí adicto a Tintín en 1955-57 como estudiante en Suiza. Durante décadas perdí contacto pues no llegaba a México. Cuando lo volví a ver hubo nostalgia pero había perdido la afición, y es hasta ahora cuando me entero del fondo de la historieta que mucho me habría gustado conocer antes. ¡Muy bueno el resumen!

Cántabro dijo...

Apreciado:
¡Esto es volver a la infancia, Dios bendito!
Gracias por el recuerdo. Ahora, pongo en manos de mis hijos espirituales mi colección de Tintin, obtenida gracias a la admiración de mi padre por Hergé en los años sesenta.
Saludos
Cántabro

JC dijo...

A pesar de vivir en la Selva, tuve acceso a la colección de mi Tía de Tintin (En español y Francés)

Priceless!!!